Cuando nos iniciamos en el mundo de las criptomonedas, uno de los primeros “artefactos” digitales con los que tenemos contacto es una wallet, billetera o monedero.
Es una aplicación que descargamos para gestionar nuestros activos digitales y en algunos casos conectar con dApps (aplicaciones descentralizadas) en las que somos parte de comunidades tokenizadas basadas en el intercambio de valor.
Aunque en principio puede parecer algo simple e irrelevante pasar de una billetera física en donde guardamos dinero fiat a una digital para almacenar y gestionar criptomonedas en un dispositivo electrónico, resulta que la wallet es la primera expresión contracultural o antisistema de la que todos somos parte, muchas veces sin ser conscientes de ello.
Contracultura en la era de la economía digital
El movimiento criptoanarquista denominado cypherpunk, tuvo como una de sus principales preocupaciones limitar la participación (intromisión) del Estado y las grandes corporaciones en la vida privada de las personas. Para lograr esto, propusieron el uso de la criptografía. Esta es una tecnología que usa la matemática como recurso para cifrar o encriptar nuestras comunicaciones e información, con el fin que la misma sea compartida solo con aquellas personas de nuestra elección.
En la medida que haya un respeto a la privacidad individual, podremos vivir en una sociedad libre.
Sin embargo, este no es el escenario pasado ni actual, razón por la cual los cypherpunks propusieron el uso del cifrado en distintos ámbitos de nuestra vida. Dentro de este se incluye el económico por medio de la creación de dinero digital basado en criptografía: las criptomonedas.
¿Qué utilidad tendrían las criptomonedas en un escenario donde existe cada vez mayor vigilancia, control y uso de datos personales por parte del Estado y las empresas privadas, todo esto con diferentes fines económicos y de poder?
La mayoría tenemos una cuenta bancaria con acceso a nuestros fondos por medio de una tarjeta de débito, crédito, aplicación o banca online. Cualquiera sea el recurso utilizado, este dinero no está bajo nuestro control. Quien administra y otorga los permisos para que podamos usar el dinero que tenemos en el banco, es el banco mismo. Si este decide bloquear estos fondos o simplemente negarnos el acceso a los mismos, no podemos usar el dinero.
Incluso los gobiernos pueden determinar cuándo y cuánto dinero podemos movilizar desde nuestras cuentas bancarias, según determinadas circunstancias políticas, sociales o económicas. Caso emblemáticos dados recientemente son los de Argentina y Grecia.
Sin embargo, si poseemos criptomonedas almacenadas en una wallet, solo nosotros tenemos el control sobre el dinero. Nadie puede decirnos qué hacer con aquello que nos pertenece.
Las criptomonedas como contracultura
Ahora bien, en el momento en que aparece por primera vez bitcoin en el año 2009, se genera un giro inesperado, pero también lógico si vemos cómo se ha desarrollado la historia del dinero. Pasamos de depender de forma absoluta de terceras partes para gestionar nuestro dinero a una oportunidad única en la historia, en la que podemos ser los auténticos dueños de los activos digitales alojados en una wallet de criptomonedas.
Esto puede parecer simple en su concepción y uso, pero es algo sumamente poderoso cuando somos conscientes que el derecho de gestionar nuestro dinero ya no depende de otros, sino solo de nosotros mismos.
Es cierto, este compromiso conlleva una enorme responsabilidad, pero la misma también nos otorga libertad y poder para decidir qué, cómo, cuándo, dónde y con quién deseamos intercambia valor.
Ello implica no tener que confiar ni depender más de terceras partes, porque ahora somos los verdaderos dueños de los fondos almacenados en un teléfono o computadora.
Por supuesto, esto representa un problema para el Estado y los bancos, ya que ellos no pueden vigilar ni controlar cuánto dinero tenemos, cómo y con quién lo intercambiamos, ni mucho menos por qué productos ni servicios. Los únicos que lo pueden saber somos nosotros. Esto se debe al uso de la criptografía. Es posible conocer cuánto dinero movemos, porque la blockchain es pública como en el caso de bitcoin, pero no se sabe quiénes son las personas involucradas, solo se pueden ver direcciones alfanuméricas. Esto puede cambiar si decidimos revelar nuestra identidad.
En otros casos, proyectos como Monero, Dash, Zcash y pEOS, nos permiten ocultar los montos de nuestras transacciones. Es decir, no se puede saber con quién estamos llevando a cabo una transacción, ni tampoco cuál es el monto de la misma.
Al limitar el control del Estado y los bancos sobre el dinero, nos damos la oportunidad de vivir en un entorno de mayor libertad individual y económica para decidir qué hacer con nuestro dinero, pero sobre todo con el destino que nos pertenece. Esto abre la posibilidad a diversas oportunidades de emprendimiento personal y profesional.
La libertad y el poder son un derecho, no un privilegio
Es en este escenario en el que se ofrece tanto anonimato como privacidad, fomentando una sociedad más libre y justa, en la que podemos decidir si deseamos, y hasta qué punto, revelar cierta información sobre lo que hacemos en internet.
Lo más interesante de esto es que todo lo mencionado está en plena sintonía con la Declaración Universal de los Derechos Humanos en sus artículos 3 y 12:
Artículo 3
Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.
Artículo 12
Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques.
En el aspecto económico esto es de sumo valor, tomando en cuenta que por medio del dinero se puede ejercer una de las muchas formas de control sobre la sociedad, limitando el acceso a la libertad, privacidad y la plena seguridad individual.
La wallet se convierte así en un simple, pero poderoso recurso digital para ejercer por primera vez nuestro derecho al libre intercambio de valor entre iguales.
Este escenario podría ser uno de los muchos pasos a dar para construir una sociedad más justa, integra e igualitaria, pero también empoderada de su derecho a decidir su destino.
Imagen de portada de Zulmaury Saavedra en Unsplash
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