Internet se ha convertido en el epicentro de nuestras vidas en los últimos veinte años. Una tecnología a la que cada vez más personas pueden acceder desde diversos dispositivos electrónicos para consumir distintos productos y servicios en un entorno digital.
Internet nació para ser esa aldea global en donde todos pudiéramos encontrarnos y reconocernos en nuestras semejanzas y diferencias. Pero también para dar acceso igualitario, libre y gratuito a un universo de información que permitiera fomentar comunidades de conocimiento e intercambio de contenidos digitales de valor para todos. Internet nació para ser descentralizado.
Hoy en día son pocas las cosas que no están conectadas o vinculadas con internet. Hasta nuestra propia identidad digital esta virtualizada y suelta en la gran nube, en la red de redes. Hasta se podría decir que muchas veces cobramos existencia por nuestra presencia en ella.
De esta forma, ¿podríamos pensar una vida sin esta tecnología alrededor de la cual se dan hoy día todos los servicios y oportunidades que ofrece para nuestro desarrollo intelectual, económico, social, cultural y hasta espiritual?
Internet: el gran proyecto fallido
Sin embargo, internet tiene la particularidad que pasó de ser un proyecto colectivo, libre y gratuito, basado en la descentralización, en uno de los proyectos centralizados bajo el dominio de grandes empresas como Google, Facebook, Amazon, Microsoft, entre otros. Estas empresas se caracterizan por trabajar con el oro digital del siglo XXI: los datos.
Quien tenga acceso a los datos (información), tiene acceso al poder.
Es por ello que estas empresas invierten sumas astronómicas en construir centros de almacenamiento y procesamiento de datos, los cuales se usan con diversos fines comerciales, sociales y políticos: publicidad dirigida e ingeniería social. Cada uno de estos centros genera grandes ganancias a las compañías que posean el control sobre una amplia cantidad de datos.
Es cierto, tenemos una inmensa oferta de servicios gratuitos en internet. Pero hay un pequeño detalle: no existe nada gratuito en la red de redes. Todo tiene su precio.
Al crear un perfil y empezar a navegar por internet, dejamos una buena cantidad de información, la cual es recolectada por rastreadores y aplicaciones creadas o contratadas por estas empresas. Luego, esta se almacena y procesa en sus bases de datos, con los fines antes mencionados.
Pero, ¿y si hubiera otra alternativa para volver al espíritu original y así rescatar a ese internet descentralizado del valor?
Blockchain: una nueva esperanza
En el 2009 aparece Bitcoin, una tecnología revolucionaria que se erigió como respuesta a la crisis financiera del 2008, pero también como una alternativa a complejos sistemas de control social, político y económico.
Bitcoin, y sus posteriores derivados, es la oportunidad para crear un internet y economía en el que cada uno de nosotros pueda ser dueño de su dinero y por lo tanto, de su destino, sin depender de terceros (bancos y gobiernos), para desarrollar sus propias potencialidades.
Todo esto es posible gracias a la tecnología detrás de Bitcoin: la blockchain.
La blockchain o cadena de bloques, es simplemente un libro de contabilidad digital, una base de datos descentralizada y distribuida, que depende del consenso de miles de participantes. Estos tienen el mismo rango de importancia y responsabilidad para permitir que la red fomente la relación entre pares (iguales), sin la necesidad de confiar en un intermediario que deba regular estos encuentros p2p (peer-to-peer).
Esto implica una auténtica desintermediación, ya que ahora podemos confiar en el otro gracias a un sistema que no está bajo el control de nadie, el cual posee sus propias reglas establecidas en un protocolo para la verificación, validación, registro, almacenamiento, resguardo y distribución pública de cualquier transacción (dato).
El ser humano solo tiene la responsabilidad de vigilar y sostener el hardware y software que hace posible la existencia de la blockchain. Pero esta, y sus reglas de consenso, establece qué y cómo se debe operar. Esto no se puede modificar sin el acuerdo de la mayoría, lo que implica complejos acuerdos que nos hablan de una gobernanza descentralizada, completamente dependiente del consenso de las partes involucradas.
Es así como han surgido proyectos que plantean crear dinero digital (criptomonedas) desde lo que se conoce como la minería, y así usarlo para fomentar emprendimientos digitales con foco en bienes y servicios.
A su vez, también se pueden construir cadenas de bloques que permitan la aparición de un internet basado en comunidades tokenizadas, las cuales existen para crear y compartir valor en internet, y por lo tanto, hacer que este sea verdaderamente descentralizado.
Es como decir: yo pongo la tecnología y las comunidades digitales deciden su destino, para lo cual siempre habrá un activo digital (token) que permita intercambiar valor por el tipo de contenido que se crea y comparte.
De esta manera se fomenta la aparición de una tokenización social, en donde cualquier cosa, lo que queramos, se puede convertir en un valor con registro, identidad y propiedad digital.
Esto da libertad a los miembros de las comunidades para decidir qué es valor y cómo pueden reconocerlo como tal, según cuánto vale para cada quien. Así nace la tokeneconomía.
Ejemplos tangibles de esta nueva realidad al alcance de cualquier usuario con un teléfono inteligente son navegadores como Brave, buscadores como Presearch, dApps (aplicaciones descentralizadas) de mensajería como Sense.Chat, redes sociales como MurMur, Karma o Lumeos, e incluso proyectos con impacto social como EOS Venezuela. Sin olvidar criptomonedas como bitcoin, ethereum, entre muchas otras listadas en CoinMarketCap y que usan una simple aplicación que redimensiona nuestra comprensión y uso del dinero: la wallet. Ese objeto digital que nos permite gestionar el valor bajo nuestro propio control.
La oportunidad está servida, el futuro está por escribirse, pero tenemos la esperanza de reescribir la historia de internet, que ahora es nuestra propia historia.
Imagen de portada de Austin Distel en Unsplash
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