El mundo que conocemos gira en torno a modelos de vida, pensamiento y acción social llamados paradigmas. Formas de ver, entender y actuar para construir un determinado orden civilizatorio que responde a consideraciones históricas motivadas por factores económicos, sociales y políticos.
Uno de estos paradigmas está basado en la estructura jerárquico militar (piramidal), la ética de la obediencia y el sujeto disciplinado, lo que ha sido durante varios siglos el motor de la mayor parte de las sociedades, sobre todo de corte occidental.
Ello ha llevado a pensar en que el control y la vigilancia son fundamentales para mantener el orden social. Esto evitaría subvertir la “paz” y “tranquilidad” establecida por el personaje Orwelliano conocido como el Gran Hermano. Ese ser omnipotente que todo lo ve y todo lo puede. Una especie de dios en la tierra de los mortales, quien desea que las cosas se mantengan ordenadas y bajo el cauce establecido por él para conseguir un supuesto bien común, basado en una sociedad sin contradicciones, cambios o transformaciones que amplíen las capacidades de percepción y reinvención de la vida misma.
Esto, por supuesto, es para muchos reflejo de una posible sociedad totalitaria, esa que a lo largo de los siglos XX y XXI ha intentado posar su manto en más de una nación, sociedad y consciencia.
Sin embargo, ya desde la década de 1970 ha habido una significativa preocupación desde el mundo de la informática por crear formas de proteger la privacidad de las personas para fomentar un mundo donde la principal bandera sea la libertad, frenando así cualquier forma de coerción hacia las opiniones y visiones de cada individuo. Ello implica limitar el poder de control y vigilancia de los gobiernos y las empresas en la vida de las personas, lo cual nos lleva a pensar en una nueva realidad que pueda forzar las circunstancias históricas para pasar de un entorno social centralizado desde lo económico y político hacia uno descentralizado.
Esta nueva realidad ha sido posible gracias al uso de la criptografía y movimientos como el hacktivismo y los cypherpunks. Estos últimos promotores del criptoanarquismo.
La criptografía siempre se ha usado a lo largo de la historia para permitir de forma selectiva elegir quién puede acceder a la información que deseamos compartir, para así evitar que terceros puedan husmear y hacer uso indebido de la misma con propósitos personales. Lo que hace particularmente especial a la criptografía hoy en día, es la oportunidad de cifrar y resguardar información de valor en un entorno digitalizado basado en las tecnologías informáticas de la cuarta revolución industrial, una en la que todo estará mediado por el uso de artefactos electrónicos conectados a Internet.
La principal preocupación del hacktivismo y los cypherpunks era usar el conocimiento como forma de poder para transferir herramientas como la criptografía, con el fin de proporcionar mayor libertad a las sociedades. De esta forma estas pueden crear sus propias realidades, sin depender de terceros que tomen esa decisión o simplemente la controlen según sus propios deseos.
Una sociedad que apuesta por la privacidad desde el uso de la criptografía, es una sociedad que aspira a construir espacios de libertad, donde cada individuo es un nodo que se interconecta de forma interdependiente con otros miembros de la sociedad en la que habita, construyendo así su propio ecosistema. Ello implica que la toma de decisiones ya no va a reposar sobre un intermediario, sino sobre cada uno de los sujetos implicados, ya que a mayor libertad, mayor será la responsabilidad para construir el destino de las comunidades humanas en espacios locales globalmente conectados.
Esto, en términos básicos, es lo que nos permite pensar en la posibilidad de una sociedad fundada en la descentralización y por lo tanto, en un posible nuevo paradigma que responde a las nuevas realidades, intereses y necesidades de la sociedad.
Ahora bien, para aquellos preocupados por la libertad fomentada en un entorno digital descentralizado, el dinero es una parte clave para socavar la presencia y control del Estado y las empresas. Es por ello que Bitcoin surge a partir de una tecnología en la que la criptografía es clave tanto para almacenar, resguardar y gestionar información en una base de datos descentralizada y distribuida conocida como blockchain, como para la emisión de monedas digitales llamadas criptomonedas.
Al poder emitir y gestionar de forma libre nuestro dinero en un entorno digital descentralizado, somos libres de decidir cómo deseamos construir nuestra realidad y destino tanto individual como colectivo, basado en una serie de acuerdos elaborados por medio de consensos dados de forma informática a través de protocolos y algoritmos.
Esta libertad nos da la responsabilidad de poder ser más conscientes de nuestra existencia y porvenir.
Siendo sincero, no creo que una vez se adopte de forma masiva la blockchain y el intercambio de valor por medio de activos digitales, las personas sepan bajo qué principios se fundó esta tecnología, pero lo importante será que a través de cada aplicación descentralizada se construirá una nueva manera de relacionarnos social, económica y políticamente. Una en la que la presencia e intervención del Estado y las empresas también se redimensionará para adaptarse a este entorno, en el que la trasferencia de valor y poder pasará de una concepción centralizada a una descentralizada como nuevo modelo de vida.
Imagen de portada de Clint Adair en Unsplash
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