Mientras las cifras oficiales en Estados Unidos reportan una inflación del 88%, otro dato inquietante asoma en el horizonte económico: la expansión de la oferta monetaria alcanzó el 363%. La brecha entre ambas cifras no es simplemente técnica. Es una señal de alerta. Una pista de que algo más profundo —y menos visible— está sucediendo.
El dato, difundido por la plataforma financiera River, reaviva el debate sobre el verdadero impacto de la inflación en el costo de vida. Su análisis se basa en una vieja pero potente idea económica: el Efecto Cantillon.
¿Qué es el Efecto Cantillon?
Propuesto en el siglo XVIII por el economista Richard Cantillon, este fenómeno explica cómo el dinero nuevo no llega de forma equitativa a todos los sectores. Cuando un banco central como la Reserva Federal emite dinero, este no aparece mágicamente en los bolsillos de los ciudadanos. Primero pasa por los grandes jugadores: bancos, fondos de inversión, corporaciones.
Estos actores, al tener acceso temprano al dinero fresco, pueden invertir antes de que los precios suban. Así, compran activos financieros —acciones, bonos, propiedades— y ven crecer sus patrimonios. Para cuando el dinero circula entre los consumidores comunes, el alza ya se ha trasladado a los bienes esenciales: alimentos, alquileres, servicios.
En otras palabras, no todos experimentan la inflación del mismo modo ni al mismo tiempo. Y los que la sienten primero suelen ser los que menos tienen.
El IPC, entre lo visible y lo omitido
El Índice de Precios al Consumidor (IPC), que suele funcionar como termómetro de la inflación, también tiene limitaciones importantes. Este índice mide una canasta representativa de bienes y servicios, pero no refleja el aumento de precios en activos como la vivienda o las acciones, que son justamente los que más se han inflado con la emisión monetaria.
Además, el IPC ajusta esa canasta cuando cambia el comportamiento del consumidor. Si alguien deja de comprar carne porque ya no puede pagarla y opta por pollo, el índice puede no registrar un aumento real del costo de vida, aunque la calidad de vida sí haya caído. Y a esto se suman los llamados ajustes “hedónicos”: si un producto sube de precio pero mejora en calidad, ese encarecimiento a veces ni se registra como inflación.
El resultado es un cuadro distorsionado: para el ciudadano promedio, el dinero alcanza para menos, aunque las estadísticas digan otra cosa.
Bitcoin: una respuesta emergente
Ante esta desconexión entre cifras oficiales y realidad cotidiana, algunas voces —como la de River— proponen mirar en otra dirección: hacia bitcoin. “Hay una brecha del 275% entre la inflación que le dicen y la inflación real. Por eso usamos bitcoin”, publicaron en su cuenta oficial de X.
Bitcoin nació como una alternativa radical al sistema financiero tradicional. Su código impone una regla inquebrantable: solo existirán 21 millones de monedas. A diferencia del dólar, no puede imprimirse más por decisión política. Esto convierte a bitcoin en un activo escaso y predecible.
Además, al estar descentralizado, bitcoin evita el Efecto Cantillon. No hay privilegios por cercanía al poder financiero. Los nuevos bitcoins se emiten de manera pública y programada, con reglas iguales para todos, desde grandes mineros hasta pequeños ahorristas.
Más allá de las cifras
Detrás del debate técnico sobre inflación hay una cuestión profundamente humana: la confianza. Cuando las estadísticas oficiales dejan de reflejar lo que la gente siente en su día a día, se abre la puerta al escepticismo. ¿Cómo confiar en un sistema que parece beneficiar a unos pocos mientras deja atrás a la mayoría?
En ese contexto, bitcoin no es solo una inversión o una moneda: es también una declaración. Una forma de recuperar control frente a un sistema financiero que muchos sienten ajeno, opaco, o incluso hostil.
Tal vez la inflación real no se vea siempre en el supermercado, pero sí en el sueño de una casa propia que se aleja, en el ahorro que ya no rinde, o en la sensación de que el esfuerzo no alcanza. Y tal vez, para un número creciente de personas, la respuesta esté no en las estadísticas oficiales, sino en alternativas que prometen reglas claras y horizontes nuevos.